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viernes, agosto 11, 2006

LA DERECHA SE AVERGUENZA DE ELLA MISMA

Rafael Segovia.
La derecha.
Uno de los comentaristas políticos -el término politólogo no se había siquiera inventado- más agudos de las décadas anteriores a la segunda guerra mundial, Alain, decía que un hombre de derechas era un hombre que negaba las diferencias que había entre la izquierda y la derecha. La derecha sigue sin aceptar su naturaleza, se avergüenza de ella, niega que la distinga del resto de la nación. Se esconde, basta abrir el periódico para saberlo, tras un nacionalismo cada día más difícil de manejar, pero no encuentra un parapeto mejor. Incluso su defensa verbal pretende ampararse en la generosidad de sus manejos económicos, en un crecimiento que ayuda a todos, aunque la parte del león le corresponde precisamente por eso, por ser un león, por arriesgarse en una cacería permanente de las ganancias, de unos beneficios sin dueño, en espera de su llegada. Su indignación alcanza tonos líricos cuando se ataca a los dueños del dinero, que por algo lo son.Ese en principio atrevimiento debe atemperarse cuando encuentra a un animal más fuerte, como siempre sucede en la ley de la selva, reduce su ferocidad hasta las posturas más humildes si se topa con la violencia del capitalismo de Estados Unidos, incluso del europeo. El nacionalismo que utilizó durante el siglo XIX hasta el XX, ya no tiene sentido en estos momentos de liberalismo económico a ultranza, donde vender lo que fueron sus empresas, sus negocios, sus propiedades, se consideran inversiones conjuntas. Su papel es ser el gendarme, el partido de la ley y del orden, tan apreciado por la globalización. Su capacidad política en México está reducida a un mínimo con la caída vertiginosa del PRI, quien durante décadas supo manejar la pantalla tras la cual se escondieron los negocios de un nuevo grupo, atrevido, lanzado al asalto del poder, bajo el nombre gustosamente aceptado de tecnocracia. Sin recordar para nada sus remotísimos orígenes, trasplantados a Estados Unidos, se consideró tecnócratas a los dueños de las técnicas, las capacidades y conocimientos o a quienes actúan como simples pantallas de los dueños de la economía y bienestar de toda una nación. En cualquiera de los dos casos siempre deben estar al servicio de un dueño superior a ellos; que radique en Houston, en Fráncfort o en Barcelona carece de importancia; que sea una persona o una sociedad económica, es lo de menos. No cabe la menor duda de que en última instancia, como le corresponde, el Tribunal Electoral haya dado con lo que es una solución de facilidad, con lo que todos quedan disgustados, lo confiesen o no: López Obrador por razones obvias, porque ni por un momento contemplan su petición; Calderón porque en un plazo más o menos breve será declarado presidente de la República, aunque sea un presidente rengo. Cada vez es más clara su posición, y más triste. Lo importante es llegar a la Presidencia y lo demás, para él y los suyos, son juegos florales. Sus deudas, como reconocido hombre de la derecha, son con los grupos de poder, en primer lugar con los empresariales, a los que se puede considerar los primeros contribuyentes de su campaña. Pero eso sería una deuda mínima dado el poder financiero de este grupo. La deuda de Calderón es una deuda total, todo cuanto va a ganar se lo debe a ellos: cuando el presidente Fox le rechazó abiertamente, se encontró completamente desvalido, cosa que los hombres del dinero aprovecharon para brindarle su apoyo, en principio incondicional aunque de hecho fue ofrecerle cuanto necesitaba porque le tenían un pie puesto en el cuello. Pensar que por su cuenta podía competir con la candidatura de López Obrador era una esperanza vana: sin un compromiso firme de Fox y mejor aun de la señora Marta, no pasaría de dar un paso importante pero sólo eso, un paso. Fue el momento esperado por los hombres de empresa, el momento en que Calderón apareció como un hombre derrotado: sin partido, sin dinero y sin el apoyo del Estado. Las tres cosas, sumadas a ciertas equivocaciones de su rival, llegaron al mismo tiempo y superaron los obstáculos que se presentaron en el camino en los dos meses anteriores al 2 de julio. Acosada por una situación que ella misma generó, la señora Marta se vio obligada a capitular. La justicia, con un fallo inicuo en su favor erizó el pelo de toda la nación y la arrinconó para siempre. El Presidente y su corte prefirieron poner mares y continentes de por medio para encontrar un refugio en San Petersburgo primero y después en España. Radio y televisión abandonaron su aparente equidad para soltar el ataque frontal contra una izquierda temida, de la que no podían esperar nada. Su clientela estaba en el bando contrario, el único con dinero y ganas de anunciarse, todos sus intereses se manifestaron sin un recato necesario hasta ese momento, cuando el pudor salió sobrando. No quedó sino una prensa profundamente dividida para mantener una sombra de equidad. Después de mil y una dudas, desde Querétaro porque no encontró un lugar más tranquilo, ante un Distrito Federal cada vez más díscolo y más revuelto, con 250 mil individuos respondiendo al llamado de López Obrador, el hombre -futuro Presidente de las derechas mexicanas- expresó sus tres propósitos de gobierno. Crear empleos -sin decir cómo-. Reducir la miseria a la mitad -sin decir cómo-, pero en un plazo de seis años. El tercer propósito, la seguridad, sólo la contempla en su imaginación. No es un programa de gobierno, ni siquiera una declaración de intenciones. No son más que tres lugares comunes característicos de una derecha desorientada, que el menor apoyo lo recibe con lágrimas en los ojos, convencido de que la jornada ya se ganó: hasta recibió el apoyo de Rodríguez Zapatero. Los llamados a la unidad no cesan: señal de que no las tiene todas consigo.

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